IV Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil, convocado por la editorial Anaya en colaboración con Ámbito Cultural de El Corte Inglés, fallado en abril de 2007.

NOVELA JUVENIL

Por el camino de Ulectra

Anaya, 2007

En 2314 todos los seres humanos, que están programados para morir a los setenta y cinco años y que no saben leer, tienen insertados en el cerebro unos chips con vastos conocimientos, una simple pastilla les permite enamorarse sin sufrir y los problemas de salud están solucionados. Políticos y científicos han creado una sociedad aparentemente feliz, pero en realidad se trata de un mundo oscuro.

Glaster y Miguel descubren que sus progenitores han muerto en extrañas circunstancias mientras pretendían recuperar la capacidad de leer, ese privilegio milenario y misterioso que tiene la cualidad de evitar la maquinización de los hombres, y que podría devolverles la libertad. Para completar la misión de sus padres los dos jóvenes, con la ayuda del desenfadado Flecha, se embarcarán en un largo viaje hacia extraños planetas, enfrentándose a monstruos temibles y a un sinfín de peligrosas situaciones, cuyo desenlace tendrá lugar en Ulectra.

¿Merecerá la pena arriesgar la vida por recuperar algo perdido hace siglos, algo que ni siquiera saben en qué consiste exactamente? ¿Lograrán cambiar el destino de la humanidad?

Visión personal

De la misma manera que, como lector de novela policiaca, desde joven había tenido ganas de escribir una (y lo hice con Mi precio es ninguno), como lector de novela de ciencia-ficción tenía una “deuda”. Sin embargo, pretendía hacer algo diferente de lo usual, algo escrito con desenfado y que se alejara del pesimismo al que tiende el género. Quería escribir una novela de aventuras y con mucho humor, aunque con un trasfondo serio, que encontré en el objetivo de Miguel, Glaster y Flecha, el trío protagonista: conseguir que los seres humanos recuperaran el bien de la lectura, perdido hacía más de doscientos años en ese mundo aparentemente planificado a la perfección, en el que la adquisición de conocimientos de forma individual y libre es vista como un peligro. Para ello han de viajar a Ulectra y conectar un chip en el Ordenador Central. El libro, en realidad, tiene mucho de ficción y muy poco de ciencia (para cubrirme las espaldas y permitirme cualquier “invento”, introduje este párrafo: «Gracias a los pulsares o pulsaciones instantáneas, la nave de Flecha podía desplazarse a una velocidad superior a la de la luz. ¡Ah, qué de sorpresas se habría llevado un científico de, pongamos, el siglo XXI, que hubiera podido viajar al siglo XXIV! ¡Cuántos de sus axiomas y teorías demostradas habría visto derrumbarse! ¡Ah, sí! ¡Cuántos de sus esquemas se habrían venido abajo!»). De hecho, mi fuente de inspiración futurista (aparte de novelas y películas), más que rigurosos libros científicos, fueron numerosos artículos periodísticos recopilados a lo largo de varios años.

El humor, lo divertido, no suelen gozar de mucho predicamento en España. Para mí, la literatura, además de muchas otras cosas, tiene que ser divertida. Sospecho que para algunos la contraseña mediante la que los protagonistas han de identificarse ante sus posibles aliados, sogtulakk, es suficiente para no tomar en consideración este libro. Para mí es casi una declaración de principios: me tomo la literatura demasiado en serio como para no reírme a veces con y contra ella.
Las reacciones de Nico, el hybrot de Glaster, están inspiradas en el desarrollo de mi hijo Miguel entre el mes y el año, aproximadamente. Pero los hybrots se desarrollan mucho más rápido que los humanos, y pronto se convierte en alguien (más bien algo) impertinente, pelota hasta la náusea y cotilla. Con tales atributos, curiosamente, es el personaje que más me gusta, quizá por su origen.

Durante un tiempo estuve pensando en usar como título «Un mundo mejor», pero la novela es tan diferente de Un mundo feliz que pensé que podría llamar a engaño. Creo que Por el camino de Ulectra es un título más feliz, o mejor, como se prefiera.

Críticas

«Es un libro que nos obliga a pensar en nosotros mismos como lectores y a cuestionar algunas frases hechas del mundo en que vivimos. Martín Casariego no trata a los jóvenes como idiotas porque tampoco acostumbra a tratar a sus lectores adultos como idiotas; se mantiene al margen de la corrección política y escribe una novela en la que la muerte, el amor, el sexo, la enfermedad, las alienaciones cotidianas e incluso Dios no constituyen temas tabúes para el adolescente, sino, al contrario, son el eje a partir del cual se articulará su crecimiento y su calidad como ser humano. Ningún tema es demasiado complejo para un niño; así lo demuestra Casariego en la pág. 44: un diálogo entre los protagonistas de esta historia recorre la filosofía occidental desde Leibnitz hasta el existencialismo con una habilidad didáctica no exenta de sentido del humor (Miguel zanja la conversación con un: “No me gusta hablar de estas cosas, me angustio (…) Siento que no soy nada…»). Con tanto respeto trata el autor a sus lectores que incluso asume el riesgo de una extensión de 173 páginas que podría echar para atrás a los más desacostumbrados a descodificar y apropiarse de la palabra escrita. Y ése es justamente el asunto del libro, “ulectra”, anagrama de lectura: la reconquista de un derecho que a la altura del siglo XXIV ha sido abolido en un mundo de ciencia ficción que, como pasa a veces tanto en la obra de Martín como en la de Nicolás Casariego, es deudor del imaginario poético de Pedro Casariego, poeta fundamental del final del siglo XX en España».

Marta Sanz, blog La tormenta en un vaso, junio 2007

«Una de las virtudes de Por el camino de Ulectra es la historia. Otra, el ritmo; y una tercera, el ingenioso humor con que se narra una aventura trepidante protagonizada por tres viajeros espaciales destinados a cumplir la misión que les asignaron dos científicos poco antes de desaparecer. Quien se apunte conocerá el mundo de 2314, y allí encontrará bandidos galácticos, naves del futuro, seres de toda ralea y unos planetas tronchantes. Además de juvenil, una novela hermosamente literaria».

Fernando Castanedo, El País, Babelia, 9-4-2007

«Aunque abrí las páginas de esta novela, ganadora del IV Premio Anaya, con una cierta actitud escéptica, pues la ciencia-ficción no es un género que me subyugue, la crónica de un viaje de iniciación que ha escrito Martín Casariego me ha dado una muy grata sorpresa. Su argumento de desarrolla en un siglo aún lejano […], pero, antes que adentrarse en un relato de anticipación científica, el autor proyecta la mirada hacia un tiempo hipotético lo suficientemente intangible como para poner en solfa, desde el distanciamiento respecto a la actualidad y sin acritud, determinadas propensiones a la molicie y al exceso que observa en esta sociedad contemporánea. Escrita con un lenguaje riguroso, organizada en torno a una estructura compacta y alimentada con un tono de humor desenfadado, entre el vodevil y la sátira, la novela rompe moldes respecto a la trayectoria jalonada por obras como Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero (1995), Qué poca prisa se da el amor (1997) o Nieve al sol (2004), en las que Casariego encarna el amor y el deseo del amor en personajes tocados por la duda, la vacilación o la desesperación. […] La lectura fluye ágil a través de una minuciosa reconstrucción del remoto año de la ficción, 2314, con sus sofisticadísimos artilugios industriales, sus costumbres, normas y tabúes. Un inteligente acomodo de la tradición en un contexto post-histórico y una hilarante descripción del modo de interactuar de los jóvenes, gente sapientísima, sanísima y casi feliz, pero , ¡oh, desgracia!, hiperprogramada, amansada y dependiente a más no poder de la tecnología, completan el planteamiento narrativo».

Luis Arizaleta, Calco, diciembre 2007

«El autor trata el problema del analfabetismo como […] algo que afecta el desarrollo crítico del ser humano. El tema de fomento de la lectura –algo que ya se ha convertido en una cantinela– en esta historia es algo más que eso. No habla sólo de lo bueno que es leer sino de que leyendo, podrás alcanzar la libertad para decidir lo que es bueno o malo para ti. En la narración sobresalen además temas considerados tabúes como la muerte o el sexo funcionando como componentes del desarrollo del ser humano hacia la madurez. Los diálogos son inteligentes y divertidos, no subestiman la capacidad de los jóvenes lectores. […] Una aventura de ciencia ficción con tintes de poesía y filosofía que engancha al lector nada más empezar sus 173 páginas. La poesía tal vez por influencia de su hermano, del que incluye versos del poema La canción de Van Horne, nombre que da al padre del personaje principal de la historia. Aventura, belleza e información se reúnen en esta obra para deslumbrar a los lectores más exigentes y ayudar a divulgar la importancia de la lectura también en el mundo de la informática».

Simone Sousa, blog Pizca de papel, abril 2008

Primer capítulo

Una introducción

A principios del siglo XXIV muchas cosas eran como a principios del XXI. Había hombres y mujeres, gente malvada y gente noble, ricos y pobres, envidias, celos, afectos y desafectos. Y esos hombres y mujeres necesitaban respirar, dormir, comer y beber para sobrevivir. Pero otras muchísimas cosas habían cambiado. ¿Quién, en el año 2015, habría creído posible que una imagen digital de un pollo asado con patatas fritas pudiera convertirse como por arte de magia en un verdadero pollo asado con patatas fritas, aunque, todo hay que decirlo, menos sabroso que un auténtico pollo asado con patatas fritas? ¿O que se pudiera viajar mediante pulsares o pulsaciones instantáneas? Y, lo que es más importante, en el año 2314, el año en el que transcurre esta historia, nadie -excepto algún miembro del Consejo Superior, según se rumoreaba- sabía leer. La Sociedad de la Información acabó generando los Años Oscuros. Esto no quiere decir que los humanos fueran exactamente unos ignorantes: de hecho, poseían unos conocimientos vastísimos sobre determinadas cuestiones. El problema era que ellos no habían podido elegir en qué saberes aventurarse. El Centro Controlador había insertado en sus cerebros unos microchips que se cargaban de conocimientos especializados. En su intento de mejorar la existencia humana, de liberar a los hombres de sus penas y dolores, los políticos y científicos habían ideado un mundo aparentemente feliz, en el que los placeres estaban asegurados, pero en el cual no había igualdad ni libertad. Tampoco fraternidad. Respecto a esto último, por no haber, no había ni hermanos: todos eran hijos únicos, nacidos en probetas. Además, los descendientes se tenían individualmente, es decir, cada persona tenía un padre o una madre, pero no ambos a la vez. Eso, unido a la obligatoriedad de procrear a partir de cierta edad, hacía que la población se mantuviera estable.

Esta es la historia de Miguel y Glaster, que intuyeron lo importante que era ese bien perdido durante generaciones, la lectura y la libertad de saber, y que arriesgaron sus vidas para recuperarlo. Gracias a ellos, los hombres del siglo XXIV podrían leer esta historia, igual que, por ejemplo, los que vivieron en la primera mitad del siglo XXI (estos últimos gracias, también, al viaje de objetos a través del tiempo). No podríamos decir lo mismo de las personas que nacieron entre 2065 y 2314. Así que si estás leyendo estas líneas, ya sabemos algo de ti: no perteneces a ese desgraciado periodo de dos siglos y medio en el que nadie sabía leer.

Afortunado eres.

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