CUENTO INFANTIL · A partir 8 años

Pisco y el asesino de los guantes blancos

Anaya, Colección El Duende Verde, 2009. Ilustraciones de Javier Vázquez

Al final de Pisco y el Contramaestre Diente de Oro, el Capitán Caimán salva la vida de milagro: el disparo de un misterioso y desalmado personaje ha pegado en la medalla que llevaba sobre el corazón. Hay alguien que quiere verle muerto, y el asesino de los guantes blancos podría no fallar la próxima vez. El Caimán tendrá que andarse con muchísimo ojo, y darse prisa en desenmascarar a su enemigo…

Carta al lector

Queridos lectores,

imagino que a todos vosotros se os habrá caído ya algún diente, o si no, faltará poco. Cuando yo era pequeño, me gustaba que se me cayeran, porque los guardaba en el bolsillo del pantalón y, por la noche, los ponía en un pañuelo, bajo la almohada. ¡A veces, por la mañana, el diente había desaparecido, y en su lugar había un regalo! El Ratoncito Pérez le va a traer a Pisco algo muy especial. ¡Este libro que estás leyendo! No sé si sabéis qué es un ladrón de guante blanco. Os lo diré, por si acaso: es un ladrón que roba sin hacer daño a nadie, sin violencia. Un asesino de guantes blancos, en cambio, sí hace daño a la gente, porque ¿cómo se puede asesinar sin hacer daño? A mí me parece casi imposible. El Capitán Caimán ha salvado la vida de milagro: un disparo de ese misterioso y desalmado personaje ha pegado en la medalla que llevaba sobre el corazón. Hay alguien que quiere verle muerto, y el asesino de los guantes blancos podría no fallar la próxima vez. Así que el Caimán tendrá que andarse con muchísimo ojo… Y encima, no dispone de mucho tiempo para descubrir al verdadero asesino del Vizconde de San Esteban. ¡No me gustaría estar en su pellejo, víboras y escorpiones! Menos mal que cuenta con la ayuda de Pisco, Anita y Marisa del Cerro. ¿Será suficiente? No hace falta que os conteste: si queréis, lo averiguaréis leyendo este libro… ¿A qué esperáis?

Primera página

Cap. I Un diente movedizo y un loro-mochila

A Pisco se le había empezado a mover un diente. Desde que lo había notado no paraba de tocárselo. Les contó a sus padres y a Anita que estaba a punto de caérsele.

-¡Mirad cómo se mueve!

Tenía prisa por que se le cayera, pues sabía que si lo ponía debajo de la almohada por la noche y se dormía, el Ratoncito Pérez se lo cambiaría por algún regalo. Según tenía entendido Pisco, el ratoncito vivía en un enorme palacio hecho con dientes de leche. La encía sangraba un poco, pero a Pisco no le dolía.

-¿Puedo tocar? –preguntó su hermana pequeña.

-Sí, pero con cuidado –contestó Pisco.

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