II Premio Logroño de Novela, convocado por la editorial Algaida en colaboración con el Ayuntamiento de Logroño y la Fundación Caja Rioja, fallado en octubre de 2008. El jurado, presidido por Ana María Matute, estuvo compuesto, además, por Manuel Hidalgo, Espido Freire, Rodrigo Fresán y Fernando Iwasaki.

La novela fue presentada por Antonio Muñoz Molina en el Hotel Kafka.

NOVELA

La jauría y la niebla

Algaida Editores, 2009

Una mañana de diciembre Ander se enfrenta, como cada jornada, a lo que se ha convertido en uno de los momentos más duros de su existencia: entrar en clase. Mientras, a su hermano pequeño le desvelan el secreto de los Reyes Magos. Ese mismo día el escritor Ignacio Mayor acudirá al instituto donde estudia Ander para impartir una conferencia.

Estos tres personajes, unidos por los sutiles hilos de los sentimientos, la casualidad y la memoria, tejen una historia acerca de la violencia que ejerce el grupo sobre el individuo, la pérdida de la inocencia y la necesidad de recuperarla para poder seguir viviendo.

La jauría y la niebla indaga en la búsqueda de la felicidad, pero también en la súbita llegada de la desgracia. Martín Casariego ha escrito una emocionante novela, galardonada por el prestigioso jurado del Premio Logroño, en la que dolor, ternura y esperanza se combinan para atrapar a los lectores en una historia inolvidable.

 

Visión personal

La jauría y la niebla es una novela en la que he reunido ideas, asuntos o preocupaciones que me han asediado durante años. Desde mi época de universitario —cuando soñaba con convertirme en un escritor— me atraía el tema de las tres edades, común en el Arte, reflejar cómo nos cambia el tiempo (pero no por fuera, a la manera de los pintores y escultores, sino por dentro), y hasta ahora no me había sentido capaz. En 1996, tras publicar mi primera novela juvenil, empecé a viajar por distintos lugares de España, yendo a colegios e institutos a los que me llevaban comerciales de la editorial y en los que tenía charlas con niños o adolescentes que habían leído alguna de mis obras. Para mí todo era nuevo, y muy sugerente: volver al colegio, pero desde otro ángulo, observar —y escuchar— a los alumnos, a los profesores, a los comerciales, hacerme preguntas (ellos, y yo a mí mismo) sobre los libros, la lectura, la educación, la escritura… Era un poco como estar en un laboratorio, y ver diferentes reacciones. Además de reflejar esto, la figura de Ignacio Mayor me permitía tocar otros asuntos: la muerte, el suicidio, la felicidad, el bien y el mal, la memoria, la creación artística, el amor, el sentimiento de culpa, la necesidad de recuperar algo de la inocencia perdida para poder seguir viviendo… En 2001, en un viaje en tren con mi hermana María, estuvimos hablando sobre los Reyes Magos, sobre esa increíble conspiración en la que todos —sin excepción, medios de comunicación incluidos— participamos, y cuyo fin es que los niños crean en su existencia real. Los cambios en la edad, por supuesto, son graduales, pero ¿qué mejor frontera que el día en el que te dicen la verdad sobre los Reyes, para marcar el inicio del fin de la infancia?

Todo esto, claro, necesitaba algo que lo vertebrara, y ese algo es el acoso escolar, que todos conocemos más o menos de primera mano, en diferentes grados. Hace unos años, me contaron que a una persona muy querida por mí la saludaban burlonamente cuando entraba en clase. Así arranca La jauría y la niebla, y la rabia, el dolor, la frustración y la impotencia que sentí al escuchar aquello, son seguramente el motor que la puso en marcha. El acoso escolar es una variante de la violencia del grupo sobre el individuo. Pero se trata de una variante especialmente cruel y significativa: cruel, por quien la sufre, un niño o un adolescente; y significativa, por el lugar en el que ocurre, el colegio, donde los padres envían a sus hijos para que sean educados y aprendan a convivir y a respetar a los demás. El acoso escolar es una triste derrota de la educación frente a nuestros peores instintos, la violencia, el odio al diferente, la unión cobarde de la manada contra la víctima. El acoso escolar, por supuesto, ha existido siempre, y en cualquier lugar o sociedad: podría haber situado esta historia en Uganda o en Canadá, en nuestra época o hace cien años. Pero mientras imaginaba la novela, iba teniendo cada vez más claro que el lugar idóneo para que ocurriera, el paisaje de fondo, debía ser un pueblo del País Vasco, en nuestros días, e introducir de ese modo, aunque sólo como ambiente, otra cuestión que me preocupa desde mi juventud: la insoportable presión a la que se ven sometidos muchos vascos por no comulgar con la ideología abertzale. Pensé que la historia se reforzaría, y que el lector no tendría la tranquilidad de pensar que el horror de la violencia del grupo sobre el individuo se acaba a los dieciocho años, sino que sería consciente de que tiene más formas de mostrarse, y que te puede tocar a cualquier edad: en un pueblo de Guipúzcoa, o en tu puesto de trabajo. Sabía que esa elección resultaba incómoda para mí y para algunos lectores, que podrían leer La jauría y la niebla con prejuicios o reservas, y por eso decidí escribir la historia de Ander sin juzgar, sin que el narrador interviniera. La novela es comedida, el paisaje es muy realista, y a Ander no le acosan por ser hijo de inmigrantes. He pretendido escribirla a la manera de Stendhal, poniendo un espejo a lo largo del camino. Claro que un escritor no es del todo inocente, y aunque proceda de ese modo, ha de escoger el camino que pretende reflejar. Si alguien se reconoce en ese espejo, pensaba mientras escribía, sus razones tendrá. En cualquier caso, como escritor yo no busco mi comodidad, ni la de mis posibles lectores: únicamente pretendo escribir novelas de la manera más eficaz posible y llegar literariamente lo más lejos que me permitan mis fuerzas.

Críticas

«La novela cuenta, con una milagrosa mezcla de crudeza y ternura, un caso de acoso escolar el un pequeño pueblo vasco […]. La historia es inmensa, y también la manera de contarla. […] La jauría y la niebla es, además de una obra impecable, una novela necesaria que nos manda de bruces contra una realidad dolorosa y vergonzante: la violencia escolar existe porque, de forma consciente o no, es implícitamente consentida por demasiada gente. Por el grupo. Por los profesores. Por los padres de los agresores».

Marta Rivera de la Cruz, El Progreso

«Su lectura me atrapó desde el primer momento y no la pude soltar hasta el final. Me la leí en una tarde, admirado por lo que cuenta, la manera directa y compleja de hacerlo, y lo bien construida que está. Es una novela sobre la violencia y el fin de la infancia, pero especialmente sobre la ternura. Es extraño que en las novelas aparezcan temas así y que sean tratados con esa mezcla de cuidado y atrevimiento con que lo hace Martín Casariego: como aquellos trapecistas que actuaban sin red. He sentido tan cerca al pobre Ander que muchas veces, al levantar los ojos de las páginas del libro, me parecía sentirle respirar a mi lado».

Gustavo Martín Garzo

«Martín Casariego […] ha puesto el dedo en una de las llagas que más nos escuece a todos hoy: la del acoso escolar. Lo hace en una novela tan hermosa como extrema que acaba de publicar Algaida: La jauría y la niebla. Y ahonda en las situaciones y en los caracteres como lo haría Kafka: con una desesperanza terrible, descrita con ese mismo sentido de la riqueza que encierra el género humano en sus momentos de crisis –entendida ésta como lo que es: un cambio radical en el devenir–. Esa historia de Ander, de Leandro, de Ignacio Mayor, es el mismo relato despiadado del desasosiego. Es terrible, sí. Pero de una trascendencia épica. Una verdadera joya».

Xurxo Fernández, El Correo Gallego

«Tal vez lo que convenció al ilustre jurado del II Premio Logroño de Novela (formado esta vez por Ana María Matute, Espido Freire, Rodrigo Fresán, Fernando Iwasaki y Manuel Hidalgo) para premiar la novela de Casariego fuera la delicadeza con la que entrelaza las historias y sentimientos de estos tres personajes que apenas se cruzan un par de minutos a lo largo del día y que, sin embargo, componen una historia donde querer seguir viviendo resulta una tarea difícil. Hacer frente a la violencia que ejerce el grupo, descubrir los grandes engaños de la vida, aprender a vivir con grandes ausencias, convierte La jauría y la niebla en una estremecedora novela imprescindible entre nuestras favoritas, aunque tal vez un poco triste para los tiempos apocalípticos que estamos viviendo. Cuestión de aguante».

notodo.com

«Buenísimo. En primer lugar me sorprendió comprobar que recordaba perfectamente lo que ya había leído tras tres meses de tener el libro cerrado. En segundo lugar tuve que quitarme el sombrero ante el juego de espirales, cambios de punto de vista narrativos y temporales, de la novela. Pero sobre todo La jauría y la niebla de Martín Casariego me conmovió. […] Una novela que toca el corazón. Que a cualquier padre le dolerá. Porque La jauría y la niebla duele, pero merece la pena el dolor. Y quedará en mi memoria, como una herida propia».

Javier Puebla, Cambio 16

«En La jauría y la niebla, la última novela de Martín Casariego, hay una escena en la que un hombre está mirando a unos chavales jugando al fútbol a la hora del recreo. Aparece una profesora al otro lado de la valla y le dice que no puede quedarse ahí mirando. El hombre le pregunta por qué, si está en plena vía pública, y la mujer responde que se verá obligada a llamar a la policía. Inserta en medio de una espléndida narración que indaga en los mecanismos de la violencia que el grupo ejerce sobre el individuo, la escena ilustra la perfecta imbecilidad con que la pedagogía moderna sobreprotege a nuestros menores».

David Torres, El Mundo

«Casariego nos ofrece una magnífica visión sobre la pérdida de la inocencia, las dificultades de los adolescentes para enfrentarse a la vida, o incluso el sentido de la misma, desde una visión más agónica, la de un hombre mayor. La historia de los tres personajes queda unida por esos sutiles hilos que tejen los sentimientos, por la casualidad de sus acciones y, aún más, por el peso de la memoria que el hombre ejerce sobre sus propios semejantes. […] El cuidado con que Casariego ensaya sus historias supone una voluntad experimental que ya habíamos descubierto en Campos enteros llenos de flores (2001), donde diversas historias convergen en una estructura fracturada hasta conseguir una composición única y magistral, como ocurre en La jauría y la niebla, con ese final que no sorprende porque desde sus primeras páginas se nos advierte de su desenlace, y muestra así la habilidad del escritor para engarzar las piezas de esas tres vidas en un único y válido mensaje».

Pedro M. Domene, Mercurio

«Una novela magnífica sobre el aprendizaje, sobre la dureza de tener que adaptarse al grupo y a la realidad, donde la felicidad y la desgracia se dan la mano. Una historia en la que cada uno tiene que sobrevivir a su manera, tanto el adolescente Ander, que no tiene más remedio que armarse de valor a diario para entrar en esa aula que le chupa la sangre y la energía, como su hermano pequeño, como el escritor Ignacio Mayor que acudirá al Instituto donde estudia Ander a dar una conferencia. Me ha recordado tanto mis días de colegio, en que la vida se concentraba en un edificio. Por eso, para mí, en esta novela el Instituto representa el mundo en el que hay que entrar con pies de plomo y corazón blindado para que no te lo destrocen, lo que tampoco es posible porque el corazón necesita querer, admirar, sentir. Y en este camino a veces se pierde la inocencia, y el problema es cómo recuperarla. No es tan fácil. Como no es nada fácil la sencillez con la que Casariego nos conduce por los vericuetos de las emociones. Mejor que sencillez (una palabra algo manoseada en literatura), serenidad».

Clara Sánchez, elboomeran.com

«La ya amplia obra narrativa de Martín Casariego (Madrid, 1962) tiene un rasgo infrecuente. Frente a la tendencia común de los escritores a ver la realidad desde una perspectiva constante, el madrileño ofrece un sentido de la existencia que oscila en distintos libros de la visión positiva a la negativa. No es algo caprichoso o contradictorio sino el resultado de observar el mundo en su complejidad. De alguna manera, ahora, en La jauría y la niebla acomete una especie de síntesis de ambas posturas. Por un lado, hace un relato implacable en el que sale lo peor de la naturaleza humana. Por otro, fluye un fondo de ternura, de bondad y, en último término, de esperanza que se corrobora en las páginas finales. Para mostrar en un solo relato ambas dimensiones, Casariego dispone un intenso conflicto desarrollado en varias líneas narrativas que confluyen en una trama.[…] Hay que añadir a estas cuestiones varios temas más (las relaciones personales, el sentimiento amoroso, la lealtad) y con todo ello se forma un bucle de motivos en el que otro más alcanza autonomía. Se trata de la violencia. Con la tierna y desvalida figura de Ander se aborda un asunto que de vez en cuando conmociona a la sociedad aunque rara vez llega a la literatura: el acoso escolar de trágicas consecuencias. Casariego le da una dimensión a la vez antropológica, sociológica e ideológica. Lo primero lleva a un problema genérico, la disolución de la individualidad a favor del grupo para hacerse fuerte y sojuzgar al débil. Las otras dos dimensiones aparecen conjuntas porque la anécdota, la tragedia íntima de Ander, la sitúa en el ambiente vasco de reivindicación de raza, de odio al diferente y de xenofobia. La trama referida a la situación social en el País Vasco se presenta con mucho coraje, tiene un fuerte componente de denuncia y alcanza una intensidad literaria muy grande, un dramatismo auténticamente revulsivo. Se ve ahí la capacidad de Casariego para explorar conciencias y tanto en ello como en el tratamiento general de los personajes (en especial en la indagación en las relaciones del escritor con la profesora) se nota su destreza en la indagación psicologista».

Santos Sanz Villanueva, El Cultural

Entrevistas

Entrevistas concedidas con motivo de la publicación del libro.

«El acoso escolar es una derrota de la educación y de la sociedad».

Por Blanca Espacio. El Periódico de Catalunya, 23 de marzo de 2009.

Martín Casariego (Madrid, 1962) tiene un currículo de amplio espectro. Una decena de novelas, relatos, un ensayo, cuentos infantiles y varios guiones de cine, como Amo tu cama rica. Hoy presenta La jauría y la niebla, una novela tejida con tres historias que tienen como eje el acoso escolar y que sucede en Euskadi. Le acompañará Empar Fernández, escritora y profesora.

Entrevista con el autor de ‘La jauría y la niebla’.

Por González Álvaro / Rubén Sáeza. Web de Ámbito Cultural.

Martín Casariego (Madrid, 1962) es autor, entre otros libros, de Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero; La hija del coronel (Premio Ateneo de Sevilla 1997); La primavera corta, el largo invierno; Nieve al sol o Por el camino de Ulectra (Premio Anaya de Novela Infantil y Juvenil 2007).

Martín Casariego: la pérdida de la inocencia.

Por Begoña Piña. Qué leer, nº 142, abril de 2009.

Autor de la sensibilidad, las emociones y las sensaciones, Martín Casariego se ha hecho una finta a sí mismo para marcarse una novela de tema social. La jauría y la niebla (Algaida) ha obtenido el Premio Logroño gracias a su retrato de un acoso escolar en el País Vasco.

Primer capítulo

Aire para respirar. Por la boca levemente abierta entraba el justo para seguir viviendo. Se detuvo ante el arranque de la escalera. Era como un pez en un pantalán. Un poco mejor: a un pez fuera del agua no le entra ni siquiera ese mínimo oxígeno. Cada escalón era un gran obstáculo. Había leído en un periódico que en cada bocanada de aire que respiramos hay cerca de mil ochocientos microorganismos diferentes, entre microbios y bacterias. Reunió fuerzas. Un peldaño. Luego otro. Intentó respirar más hondo, infectarse, pero no lo consiguió. Le faltaban diecinueve. Empezó a cantar en su fuero interno la canción del prehistórico disco de vinilo de su padre, Wish you were here . So / So you think you can tell , dieciocho… Las piernas le dolían. Diecisiete, blue skies from pain , dieciséis, quince, un equipo de rugby, catorce, la edad que tenía. Siguió subiendo. Cada movimiento era una tortura que debía infligirse sin ánimo ni esperanza, trece, sin un fin que justificara tanto dolor. Le faltaban doce, once, un equipo de fútbol. Intentó concentrarse en sus cordones. ¿Desde hace cuánto los tenía? Uno estaba ya roto, pero su largura aún permitía hacer una lazada. Eran los que venían con los zapatos. Tenían, pues, un año apenas. ¿Y quién había comprado los zapatos? Él, acompañado por su madre, diez. O más bien su madre, seguida a regañadientes por él. Un número mayor que el suyo, para que le duraran más, nueve, y ya empezaban a quedarle pequeños. Los muslos le dolían horriblemente, ocho, pero lo importante era no pensar en ello y no quedarse paralizado. Siete, ¿Cómo has entrado? , un equipo de balonmano, seis, cinco, un equipo de baloncesto, los dedos de una mano o de un pie, una bocanada de aire, si pudiera llenar los pulmones. Cuatro, tres, Tengo muchos poderes , dos, un doble de tenis. Miró con una mezcla de odio y aprensión el último peldaño. Avanzó el pie derecho hasta posarlo en el piso superior. Únicamente le restaba cargar su peso en la pierna derecha, impulsarse con el muslo, inclinar el cuerpo hacia delante para apoyar el movimiento, y desplazar el pie izquierdo hasta ponerlo en el suelo. Había llegado al final, la cumbre del Everest. Volvió a detenerse para recuperarse del esfuerzo, risible y titánico a la vez. Se le ocurrió un chiste macabro para montañeros, Ever rest , descanso eterno, si su pobre inglés no le fallaba. Unos metros más allá estaba la puerta de su clase, la primera del pasillo. Un nuevo sacrificio, un pie después del otro, un pie después del otro, un pie detrás del otro, un pie delante del otro, y alcanzó la puerta de madera pintada de blanco. Otra vez esa sensación en la nuca, en los hombros, como si algo le chupara las escasas energías que le quedaban. Logró que en los pulmones entrara más aire. Abrió la puerta y, mirando hacia el suelo, viejas losas agrietadas, se dirigió hacia su pupitre.

-Hola, Ander.

-¿Qué tal, Ander?

-Buenos días, Ander.

-Llegas tarde, Ander.

-Hola, hola, hola, Caminero, contesta, mal educado, hola, barrendero.

Sin levantar la vista, se quitó la mochila (al hacerlo, notó que sus hombros se liberaban, que el dolor del cansancio ascendía y escapaba por el cuello, como si su espalda hubiera soportado un gran peso), y ocupó su asiento, en la segunda fila, junto a la ventana. Escuchó la voz del profesor, a escasos metros, áspera, hostil, esa voz que no había mandado callar a los alumnos que habían roto la disciplina de la clase para zaherirle con sus burlones saludos.

-¿Otra vez tarde, Muñoz Caminero? ¿Tan poco te gusta estar con nosotros? Te recuerdo que mañana hay examen, y el que no llegue en punto, no entra.

Se había puesto el despertador media hora antes de lo normal para llegar a tiempo, pero no contestó. Continuaba sin alzar la vista. Sentía la del profesor clavada en él, en su frente, en su flequillo, en sus hombros caídos. El despertador había sonado cuando él llevaba ya tres horas despierto, ¿Cómo has entrado?, Tengo muchos poderes. Sacó el libro de la cajonera. Se lo había olvidado la víspera, y ya fuera, a la puerta del instituto, al acordarse de él, había preferido no volver a entrar. Miró de reojo al de Asun, para ver por qué lección estaban. Su compañera tapó el título, pero pudo ver el número de la página. 48. Abrió su libro. Entre las páginas 48 y 49 alguien había puesto dos cabezas de anchoa.

Mucho peor que un pez en el pantalán.

Porque el pez boqueaba buscando la vida, y él tenía ganas de morir.

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