ENTREVISTA

Martín Casariego: El hombre y su dualidad.

Por Maria Teresa Cárdenas. El Mercurio/Revista de Libros, nº520, 24 de abril de 1999.

Cuando, recién iniciados los años noventa, una fuerte oleada de escritores jóvenes irrumpió en la literatura española, críticos y escritores buscaron darle unidad al fenómeno, estableciendo nexos y referentes comunes entre una verdadera multiplicidad de voces. Se habló entonces –así como en Chile y en otros países de Latinoamérica– de «nueva narrativa», una supuesta generación en la cual sus mismos exponentes se resistían a figurar, más aún cuando el querido y odiado marketing vio en ella un producto más para vender.

Aventajado a sus pares, Martín Casariego iniciaba la década con el respaldo de la crítica y el Premio tigre Juan a su novela Qué te voy a contar, publicada en 1989. A ella se sumarían en los años posteriores […], y La hija del coronel (1997), ocupando así un lugar indiscutido dentro de esta «generación», sobre la cual él mismo señala:

-Creo que sus integrantes son o somos muy diferentes, y se nos ha unido únicamente por haber nacido después de 1960. En España, Lengua de Trapo, una editorial madrileña modesta pero interesante, publicó Páginas amarillas, que ha servido un poco como aglutinante; esa misma editorial acaba de publicar Líneas aéreas, un libro que responde a la misma filosofía, pero que reúne autores americanos que escriben en español; hay seis o siete chilenos, y supongo que ocurrirá lo mismo que en el caso español y que serán autores muy diferentes.

-Da la impresión, sin embargo, de que sí comparten ciertas lecturas. ¿Cree que hay referentes literarios comunes para esta generación?

-¿Quién no comparte lecturas, si le gusta leer, con alguien a quien también le guste leer? Yo estoy seguro de que comparto muchas con generaciones anteriores a la mía. Hay algún caso en que se puede descubrir una influencia muy marcada del realismo sucio norteamericano, en otros, del realismo mágico o de determinado autor europeo: cuando eso se nota mucho, creo que es empobrecedor. Afortunadamente, en general el abanico es más amplio. Los grandes escritores latinoamericanos creo que han estado muy presentes. Sobre mis lecturas, ¿qué decirle? Básicamente, norteamericanos (Bellow, Salinger, McCullers, Caldwell, Bukowski, Carver, etc.), hispanoamericanos (Benedetti, Bioy Casares, Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez, Sábato, etc.), españoles (Torrente Ballester, Marsé, Delibes, etc), europeos (Hamsun, Böll, Greene, Bernhard, Hašek, Kafka, Lawrence Durrell, Camus, Bulgákov, Bassani, Roth, Hrabal, Schnitzler, Döblin, etc.)… por hablar de autores de este siglo.

-Yendo a los orígenes, ¿cómo se produjo su acercamiento a la literatura?¿Hubo algún hecho en particular que marcara ese encuentro?

-Yo leo mucho desde pequeño, porque lo hacían mis padres y mis hermanos mayores, aunque los libros que realmente me hicieron desear ser escritor son los que empecé a leer a partir de los quince o dieciséis años. No hubo un libro único que me sacudiera: fueron muchos, a lo largo de los años… más que un boxeador tumbado por un único golpe, puede considerarse que me dieron entre muchos una buena paliza… La poesía de mi hermano Pedro, y verle escribir, sí pudo suponer, quizá, el empujón definitivo. Quizá hubiera una doble motivación al momento de pensar en escribir: un deseo de emular a los que me maravillaban, y un deseo de refugiarme, pues he sido durante gran parte de mi vida un tímido terrible.

-Me gustaría que profundizara en la influencia que tuvo en usted ese hermano mayor poeta y en general la relación que se dio entre ustedes, así como con sus otros hermanos, también escritores.

-Me pide usted algo imposible, profundizar en algo así en pocas palabras… Literariamente, sospecho que Pedro ha sido uno de los escritores que más ha influido en mí, en todos los aspectos, desde el uso de las admiraciones (a menudo con una intención humorística) hasta el juego con las palabras; en Pedro -y en sus escritos- se daban desde el pesimismo más atroz, desde la mayor desesperación, hasta el sentido lúdico y las ganas de vivir. Pedro era además un poeta obsesionado por el lenguaje. Hemos sido siempre unos hermanos muy unidos; la muerte de Pedro no nos unió más, ya lo estábamos, y no nos separó, cosa que podría haber ocurrido. Hemos tenido una relación muy especial, desde siempre: jugábamos juntos al fútbol, leíamos los mismos libros, etc.. Con Antón colaboro en la escritura de guiones; entre el pequeño, Nicolás, también novelista, y yo, no hay celos ni envidias. ¡Ojalá le siga yendo bien! No he entregado nunca una novela a un editor sin que pase primero la prueba de ser leída por algunos de mis hermanos, por mis padres: por los que hayan tenido tiempo. Y no hacemos distinción entre los que nos dedicamos a escribir y los que no.

Qué te voy a contar es señalada como un hito y además obtuvo el Premio Tigre Juan, ¿fue muy difícil en ese contexto tan favorable escribir una segunda novela?

-Tenía un cierto temor, sí: ya no existía la total »irresponsabilidad», por así decirlo, con la que escríbí Qué te voy a contar. Mi segunda novela, Algunas chicas son como todas, fue rechazada, pese al éxito precedente, en seis editoriales, y publicada por una muy modesta. Creo que se equivocaron ellos y que mis novelas tenderán a ser más apreciadas. Como ve, cualquier temor que tuviera con Algunas chicas son como todas estaba plenamente justificado.

-A estas alturas ya ha publicado siete novelas y entiendo que tiene otras en preparación, ¿qué ha perdido y qué ha ganado su literatura con el oficio?¿Se consideró alguna vez un escritor »ingenuo»?

-Con los años se pierde frescura y se gana profundidad; la lucha es por mantener aquella y ganar ésta. Yo no me considero ingenuo, aunque algunos lo hayan hecho. Verá, en mis novelas de personajes jóvenes, apenas hay drogas, se emborrachan, pero no se chutan ni se encocan; pero los mayores (los que dominan el cotarro) quieren oír que la juventud es un desastre, y en parte por eso Qué te voy a contarAlgunas chicas son como todas no fueron el boom que podrían haber sido. Con La hija del coronel, como hay sexo explícito (y más o menos turbio) y violencia, algunos piensan que he crecido.

-¿Y cómo ha evolucionado la ingenuidad respecto del lector, en el sentido de conocer los recursos para conquistarlo?

-No conozco mejor ahora esos recursos; Qué te voy a contar es la tercera novela que escribí, aunque sea la primera que publique (las dos primeras permanecen inéditas, creo que felizmente), y por lo tanto ya tenía alguna experiencia. ¿Está usted segura de que los escritores mejoran con el paso de los años? Yo lo dudo muchísimo; pensemos, por ejemplo, en Vargas Llosa. Quizá se tenga más oficio, sí, pero no estoy seguro de que eso sea lo principal para conquistar a un lector. Los recursos no suplen el alma, y sin alma la literatura está muerta.

-Usted además ha incursionado en otros géneros, ¿cuál de ellos ocupa su atención central?

-Para mí, lo principal es la novela y la poesía (aunque nunca me haya atrevido a cultivar ésta); me interesan los artículos en periódicos, pero, digan lo que digan algunos columnistas, es un género menor; el cine me encanta y estoy muy satisfecho de Amo tu cama rica y de La Fuente Amarilla, pero la escritura cinematográfica ofrece muchas menos posibilidades que la novelística… Cualquier comparación que se haga con la narrativa o con la poesía sería algo así como comparar el fútbol con el fútbol sala.

-Aunque, curiosamente, un referente común de su generación ha sido la íntima convivencia con la cultura de la imagen.

-El cerebro del hombre siempre ha estado poblado de imágenes, estoy seguro. La escritura ofrece unas posibilidades tan amplias y diferentes que, se diga lo que se diga, jamás desaparecerá. Usted puede sustituir una marca de refresco por otra, pero no la carne por una sombrilla. Es desalentador comprobar el caso que se hace a lo audiovisual frente a lo escrito, pero yo nunca he querido ser una estrella y ligarme a las quinceañeras (bueno, a los quince años, sí): quería y sigo queriendo escribir buenos libros.

-Concretamente en La hija del coronel es evidente una formación visual, ¿cuánto le exige al lenguaje ante esta necesidad de »mostrar»?

-Seguro que usted ha leído el Tristán e Iseo. ¿Recuerda la escena de Tristán mandando mensajes a Iseo en cortezas que navegan por una acequia? ¿En Tristán viendo reflejada en el estanque la cara del rey Marco? ¿En Tristán saltando al vacío para huir de sus verdugos, un salto del que ni una ardilla se habría salvado? ¿Y recuerda cómo se salva? ¡Los vestidos se hinchan por el viento y hacen de paracaídas!… ¡Ni Stallone! Ojo, no reniego de mi formación también visual; pero suponer que antes no se »pensaba» también con imágenes, es un signo de la prepotencia de nuestro tiempo. Cuando se escribe, hay que imaginar y »ver». Y eso, por supuesto, no significa que haya que descuidar el lenguaje; por el contrario, el escritor que lo descuida, sencillamente, no merece llamarse escritor.

-A propósito de su primera novela, se le incluía en una tendencia »esperpéntico-subterránea», junto a Loriga y otros. ¿Hay más autores jóvenes trabajando en la línea de La hija del coronel , realista, cruda, romántica y con acento en los grandes temas de la literatura universal?

-Que algo sea crudo, y a la vez romántico (y La hija del coronel así lo es, en efecto) no es lo más habitual, pero sí es algo que a mí me atrae poderosamente… No he leído nada semejante entre gente como yo o más joven, pero yo no lo he leído todo, claro. De cualquier modo, Qué te voy a contarLa hija del coronel son novelas diametralmente opuestas; como escritor, siempre he querido explorar nuevos territorios.

-En La hija del coronel, tema, ambientes y lenguaje remiten a España, ¿buscó, en este sentido, un terreno poco explorado por la narrativa actual de su país?

-Yo he escrito siempre lo que me ha apetecido, y pienso seguir haciendo exactamente lo mismo: para mí, esa es la única manera estimulante de escribir; procuro que lo exterior no me afecte demasiado: ni los críticos, ni la prensa, ni los editores, ni el público… ni el que otros hayan tratado ciertos temas o hayan dejado de hacerlo. En este caso coincide que La hija del coronel sea una novela infrecuente en nuestra literatura, pero yo la escribí porque a otro de mis hermanos, Pablo, que pintaba soldaditos de plomo, le contaban historias de legionarios que resultaban muy interesantes. Ya ve usted cuál fue el camino: otra vez la familia…

-¿Tuvo en mente un homenaje a ciertos autores españoles? Pienso, por ejemplo, en esas primeras páginas que evocan a Miguel Delibes retratando la sumisión de los inquilinos.

-Delibes retrata una España que ha existido (supongo que aún existe en algunas zonas), pero también otros autores lo han hecho, y el cine; y yo he visto ambientes o situaciones semejantes. Yo he nacido en lel 62 y la novela transcurre en el 66 o 67, y soy español. Si quiere que le diga la verdad, no tuve nada en cuenta eso que usted me cita; tampoco, por ejemplo, otra novela que me gusta mucho, Últimas tardes con Teresa, y que algún crítico relacionó con La hija del coronel (simplemente, por el deseo de ascender socialmente a través del amor… como si el braguetazo fuera un invento de escritor, y no algo tan viejo como el mundo).

-En la novela se alude con insistencia a la muerte, concebida casi como un personaje y a la vez como una permanente amenaza. ¿Por qué le interesó esta perspectiva?

-Los legionarios se llaman a sí mismos »novios de la muerte»; hay una exaltación de la muerte, que es vista como una fiel compañera, o como la forma de reunirse con la amada muerta (las canciones, la mitología legionarias, inciden en este aspecto, y ya conoce usted el tristemente célebre grito de Millán Astray ante Unamuno: ¡Viva la muerte!). A mí me interesaba precisamente escribir una novela en la que lo que estuviera en juego no fuera el amor de una chica, sino algo mucho más definitivo.

-Aparece, asimismo, el eterno conflicto entre el bien y el mal, ¿cuál fue su motivación para querer decir algo más sobre este tema tan tratado en la literatura?

-Esa eterna lucha, aunque efectivamente esté muy tratada desde siempre, me interesa cada vez más: la lucha épica entre el egoísmo y el altruismo, entre la barbarie y la civilización, entre la naturaleza y la cultura, es digna de ser observada. En la novela hay personajes básicamente malos (de una maldad cerebral como la del coronel o bestial como la de Van der Waals), otros buenos y alguno regular. El poder de la violencia es devastador, pero el del bien emociona y da fuerzas para seguir viviendo. Sin embargo, no es una novela moralista, en el sentido de que el lector debe elegir, y, además, los personajes buenos no vencen a los malos. Por desgracia, el mundo es así, ¿no?

-Todo el libro parece marcado por opuestos (lo noble y lo vil, la amistad y la traición, pobres y ricos) entre los cuales los personajes oscilan.

-Esos opuestos suelen darse en todas las personas; lo que nos diferencia es hacia qué lado se inclina la balanza. En un libro sobre la Legión, además, o sobre cualquier organización militar, hay un terrible contraste entre los ideales que dicen defender, muy elevados, y lo que luego se defiende; pero, no soy imbécil, y también sé que en un militar puede darse una persona ejemplar. En el caso de María, la hija del coronel, y de José, el protagonista impostor, yo buscaba personajes que no fueran puros, a veces incluso antipáticos (María es clasista y racista, José es un arribista amargado), pero que, por las circunstancias en que se mueven, y por el amor, empezaran a cambiar, a redimirse. José me acabó saliendo mucho más bueno de lo que yo tenía pensado, qué le vamos a hacer. En otros personajes, en cambio, no se produce esa evolución: el coronel mantiene férreamente sus primeras intenciones, y el sargento Mijo y el cabo primero Van der Waals son siempre las dos caras opuestas de una misma moneda: el ser humano, la Legión.

-»José estaba a punto de descubrir que la tristeza la ponemos nosotros en las cosas, más que las cosas en nosotros» es una frase de muchas lecturas, ¿qué alcance quiso darle usted?

-Efectivamente, tiene distintas lecturas… Para empezar, puede considerarse optimista o pesimista. Hay una frase de mi hermano Pedro, que recojo en mi próxima novela, La primavera corta, el largo invierno, que me impresionó; fue cierta tarde, en la que yo trataba de animarle, señalándole la belleza de un paisaje; entonces él, con gran tristeza y sabiduría, me explicó que la belleza estaba en los ojos, no en lo que se ve.

-Ya desde el inicio la novela es recorrida por la fatalidad, aunque hay momentos en que el protagonista parece manejar su destino, ¿cuánto le inquieta este tema en el que usted mismo parece estar dividido?

-Es cierto. La novela estaba concebida como una tragedia clásica griega, justamente por la fatalidad que la impregna. El protagonista tiene la oportunidad de enderezar su suerte, efectivamente: si hubiera reconocido ser quien es, si hubiera confiado en María (lo que, por otro lado, no es sencillo)… La conclusión de José es que en el mundo todo es desorden y fatalidad, y sin embargo, nosotros sabemos que, quizás… El problema del destino y el libre albedrío ha preocupado a todas las religiones y filosofías… Francamente, yo pienso que no somos libres, lo que es terrible, pero quiero creer que sí podemos elegir; quiero engañarme, y a veces lo consigo… En el fondo, está clarísimo: somos engendrados sin nuestra intervención, y a partir de ese momento, sobre ese material, empiezan a actuar los agentes externos… ¿Qué margen nos deja eso a nosotros? Tal vez casi todos pensemos eso, pero preferimos negarlo, algo así como el problema de la existencia de Dios, tan unido a éste.

-Los críticos han dicho que en esta novela usted abandona el humor que estaba presente en sus otros libros, ¿qué valor le da al humor en la literatura?

-Ningún libro mío es de humor (en el sentido de los libros de Sharpe, me refiero, un autor que no me interesa nada, ni siquiera me hace gracia), pero en todos lo hay, excepto en éste… El ambiente y la historia eran tan terribles que el humor me parecía fuera de lugar. Sin embargo, es importantísimo; casi todos los escritores que admiro tienen en algún momento situaciones y observaciones humorísticas. Me ocurre lo mismo con las personas; una persona sin sentido del humor está incompleta, por así decirlo. En El túnel, por ejemplo, el capítulo XXV es graciosísimo, y la novela es cualquier cosa menos graciosa.

-¿Cómo llegó a situar su novela en un ambiente tan concreto, complejo y violento como es la Legión?, ¿de qué manera se interiorizó en sus códigos?

-Como le comenté, mi hermano Pablo me contó algunas historias, y por otro lado me llegó otra… Me interesaba escribir sobre un mundo violento y romántico (por ejemplo, uno podía cambiar de identidad), contradictorio, en el que pudiera darse lo mejor y lo peor del ser humano, y que estuviera, además, muy jerarquizado. Para conservarlo en su estado »puro», me fui a los años 60; por suerte, esa historia ahora sería impensable en España. Para ello leí libros sobre la Legión, hablé con legionarios, pedí permiso para visitar el Tercio en Melilla, estuve durante tres años recogiendo historias sobre legionarios, leí unos ochenta números de una revista que publicaba la Legión en esa época… El resultado, desde el punto de vista de la verosimilitud, fue óptimo: los jefes y oficiales legionarios que la han leído dicen, por lo visto, que eso no tiene nada que ver con la Legión; en cambio, legionarios de tropa con los que he hablado, y que la han leído, aseguran que está muy bien reflejada. Ese contraste de pareceres es muy significativo.

-Y muy actual. Aunque sea »impensable en España» el tema de la violencia racial, el odio de clases, la intolerancia, siguen siendo, por desgracia, una realidad mundial. ¿Le interesó también convertirse en una voz de alarma?

-No, yo no digo que eso sea «impensable» en España, y claro que hay desigualdad (por suerte, mucho menos que en América o Asia), intolerancia, racismo, odio de clases… lo que sería impensable es, por ejemplo, que unos militares españoles entren en Marruecos y realicen una matanza, como sucede en mi novela. La voz de alarma ya la dan los informativos, la prensa… En cualquier caso, la novela debe reflejar la condición humana.

-¿Cree, en ese sentido, que la literatura tiene algo que decir?

-Sí; en realidad, no creo que con la literatura vayamos a cambiar el mundo, pero demos al menos una visión del hombre, de su dualidad; y, salvo excepciones, creo que la literatura -al revés que el dinero y poder- ha estado siempre del lado de los pobres, de las víctimas, de los inocentes, de los desfavorecidos. No soy partidario de la «moralina», pero sí creo que hay que tener y defender unos valores éticos, no basta con mostrar. Elegir esa imagen de la mano del niño que se oculta detrás de su abuelo es una elección ética: cualquiera que lo lea ya sabe de qué parte está José, de qué parte está el narrador, y de qué parte va a ponerse el lector (excepto que éste sea un salvaje, claro). Entre la moral y la moralina hay la misma distancia que entre la sensibilidad y la sensiblería. Hay que acercarse a las primeras sin caer en las segundas. Una literatura al servicio de la injusticia es algo que me molestaría profundamente. Que un escritor sea o no un cabrón es otro asunto, claro. Pero si lo es, prefiero que no se le note en lo que escribe.

-¿En qué terreno se adentra con la novela que está próximo a publicar?

La primavera corta, el largo invierno está inspirada en mi hermano Pedro, pero también en todo eso de lo que hablábamos: la eterna lucha entre el bien y el mal, la Biblia, la Divina Comedia, el destino, la posibilidad de rebelarse contra Dios… Es a la vez una historia de amor y de locura o brujería: puede leerse como una novela realista o fantástica, pero no tiene nada que ver con el »realismo mágico»; sí con El sueño de los héroes, una de mis novelas preferidas, que admite esa doble lectura. Es muy ambiciosa y relativamente compleja, pues está dividida en tres partes, que representan el Cielo, el Infierno y el Purgatorio en la Tierra; cada una escrita de manera distinta, y sus capítulos se alternan. He tardado muchos años en escribirla, y creo que, en mi carrera literaria, habrá un antes y un después de este libro.

-¿Por qué se propuso algo tan ambicioso?

-Sencillamente, porque ésta es la novela con la que yo soñaba cuando decidía, de una manera más o menos onírica, que sería escritor.

 

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