ENTREVISTA

Martín Casariego.

Por Álvaro Bermejo. El Diario Vasco, 29 de octubre de 2001.

-Máximo C. nos cuenta nueve historias que resumen toda su vida amorosa, desde la infancia a la madurez. Ese niño que confiesa: “Bárbara me rompió el corazón a la edad de 8 años”, ¿es el mismo que se enamora perdidamente de una Lolita, 60 años después?

-Se llama igual y sigue con el corazón roto, pero sesenta años no pasan en balde: ha perdido la inocencia.

-“En la vida casi nada sale perfecto”, se duele el niño. Y el adulto corrobora: “siempre he escrito mis cartas de amor con la dirección equivocada”. Su Máximo, ¿es un fatalista?

-Sí, pero yo tiendo a pensar que cualquiera que reflexione un poco lo es. No hay, pues, que pensar demasiado: tenemos que esforzarnos por disfrutar de las cosas buenas de la vida, que son muchas.

-Máximo envía a María unas flores con una tarjeta: “Te mereces campos enteros llenos de flores”. Diez años después, los amantes, ¿se merecen el reencuentro?

-Sí se lo merecen: se han amado y se han herido, y no han conseguido olvidarse el uno del otro. Ese reencuentro nos hace pensar que lo que Máximo cuenta es parcial (la pregunta de ella, «¿Por qué fuiste tan malo conmigo?» nos da pistas, o al menos, nos introduce en la incertidumbre), y le sirve a él como punto de inflexión en su vida.

-Por su atrevimiento formal su obra es casi vanguardista. Sin embargo, el fondo de este hombre sentimental, ¿en qué difiere de Las penas del joven Werther?

-No sé si Campos enteros llenos de flores es vanguardista, pero, desde luego, tiene una estructura infrecuente. Werther se suicida por amor, algo que Máximo nunca haría. Máximo se suicidaría por pensar que ha llegado al fondo del túnel (y es posible que lo haya hecho). Decimos que el hombre es un «animal racional», y olvidamos que también es un «animal sentimental». El drama final de Máximo es precisamente el conflicto que se plantea entre racionalidad e irracionalidad.

-A su juicio, ¿cuáles son las características esenciales de los amores posmodernos?

 -No creo que el amor haya cambiado mucho. Para mí, la lectura de «Arte de amar» de Ovidio fue toda una revelación. No distingo entre un amor posmoderno, uno moderno y uno antiguo.

-Y el amor verdadero, ¿empieza donde termina la idealización o es ahí donde acaba?

-Creo que es una mezcla, y por eso es tan difícil el equilibrio… Sin algo de idealización no puede existir el amor, pero, a la vez, el amor necesita tener al menos un pie en el suelo.

-Por ejemplo –no se ofenda–, ¿existen mujeres que huelan “a mandarina, a limón, y a vuelo de pájaros”?

-¿Por qué iba a ofenderme? Claro que existen.

-¿Qué aspectos de esta biografía ficticia le gustaría que formaran parte de su biografía real?

-Máximo, al menos el Máximo final, es íntegro, nada condescendiente consigo mismo, y eso lo aprecio, aunque no lleve a la felicidad. Ciertas fases de su amor con María fueron, sin duda, envidiables (aunque él hable más de las espinas). Y su matrimonio de treinta años, hasta esa crisis definitiva, también. Me gustaría ser capaz de sentir con tanta fuerza hasta el final, como él. 

-¿Qué es la magia para usted?

-Para mí, la única magia que existe es la del tiempo y la de la poesía. Comprenderá que no sepa explicárselo.

-¿Cómo combate usted los desengaños?

-Aumentando un poco mi escepticismo, pero, a la vez, esforzándome para estar preparado para el siguiente. Quiero decir que prefiero cien desengaños en mi vida, a no tener ninguno por no entregarme ya a nada. Dicho de otra manera, prefiero la felicidad y el sufrimiento a la atonía.

-Hablando de infidelidades, cierta revista literaria le atribuía el récord mundial en salto editorial. Después de pasar por Anaya, Algaida, Plaza y Muchnik, ¿qué está preparando ahora?

-En aquella lista faltaban Anagrama (Qué te voy a contar) y Espasa (La primavera corta, el largo invierno)… Ha habido muy variados motivos para tanto cambio. Ahora, en Muchnik, estoy muy contento de haber conocido a Juan Milá, que es un excelente editor.

-Después de merecer el Ateneo de Sevilla por La hija del coronel en 1997, ¿ya no necesita los premios literarios?

-Es triste, pero los premios son necesarios, principalmente porque conllevan una mejor distribución de los libros. Es muy duro, después de publicar, ver que el libro no está suficientemente presente en las librerías (o no está). Un premio puede evitar esos disgustos.

-Y después de escribir los guiones de películas como Amo tu cama rica o La fuente amarilla, ¿cuál será su próxima aventura?

– Quizá, una comedia. Aunque es un terreno muy resbaladizo: intentar hacer reír y no conseguirlo es bochornoso…

-¿Cómo definiría el quid de su vida?

-El mismo que el de cualquiera: intentar estar en paz con uno mismo.

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