Más de 210.000 ejemplares vendidos en España hasta noviembre de 2020. 40ª edición.

Traducida al alemán (So ein alberner Satz wie Ich liebe dich, traducción de Katrin Fieber, Carl Hanser Verlag, Munich, 1999) y al portugués (E dizer-te uma estupidez qualquier, por exemplo, amo-te, traducción de Carmo Abreu, Dom Quixote, Lisboa, 1999).

Finalista del «Jugend Literatur Preis» 2000, el más prestigioso premio de novela juvenil en lengua alemana.

Adaptada para el cine en 2000.

NOVELA JUVENIL

Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero

Anaya, 1995

Juan piensa que el amor es una estupidez, pero se enamora de Sara, la chica nueva de su clase. Cuando Sara le propone robar los exámenes, él no sabe decir que no a la aventura que ella le propone, porque está metido en otra aventura, la de su amor secreto. Ésta es también la historia del paso de la adolescencia a la madurez: en el año de la despedida de Butragueño, un ídolo para Zac, su hermano pequeño, Juan está aprendiendo a valorar eso que se llama «las pequeñas cosas».

Visión personal

Mis novelas «juveniles» me parecen tan importantes como las otras. Ésta fue la primera, y no sé si la mejor, aunque desde luego, sí la que más éxito ha tenido hasta ahora. Cuando la publiqué, en 1995, había mucha gente que no valoraba la literatura infantil y juvenil; había, incluso, escritores que si publicaban en una colección destinada preferentemente a lectores jovenes, lo hacían con pseudónimo; esto no es nada nuevo: el mismísimo Stevenson publicó con otro nombre nada menos que… ¡La Isla del Tesoro! Cada vez es más frecuente que autores «para mayores» escriban también «para jóvenes». Recuerdo que, antes de empezar a escribirla, tenía ya el argumento, los personajes principales, el ambiente en que se desenvolverían, pero me faltaba saber cómo contarlo. Un día, después de una cita con una chica de la que luego tomaría algunos rasgos para el personaje de Sara, llegué a casa muy excitado y escribí apresuradamente algunas líneas que me iban a dar el tono de la novela. Es una de las pocas veces en mi vida que he sentido eso que vagamente llamamos «inspiración». En cuanto al título, tuve que cambiar el que tenía en el último momento, pues hacía alusión al tabaco y a la bebida, y eché mano de una canción que Sinatra hizo famosa, Something stupid, que venía como anillo al dedo a la novela que tenía escrita. Los personajes y lo que ocurre no tienen nada que ver, pero, por la manera en que está escrita, esta novela se emparenta con Qué te voy a contar.

Críticas

«En esta su primera incursión en la literatura juvenil, Martín Casariego nos ofrece un relato en primera persona de una enorme fuerza, escrito en un trabajado, premeditado estilo oral, que nos hace llegar los pensamientos, los sentimientos de Juan por vía intravenosa. Es imposible escapar al influjo poderoso que surge de esta combinación explosiva entre estilo, lenguaje —tan rico en expresiones— y contenido de la novela. Sin mencionar el gran conocimiento que demuestra tener el autor sobre la psicología de los adolescentes, y el gran respeto que siente por su mundo y sus vivencias. Una gran novela sobre la normalidad de ser joven y estar enamorado».

CLIJ

«Narrada en primera persona, la obra da esa sensación de autenticidad, como si fuera la primera novela real que un adolescente ambicioso y atropellado escribe, en la que quiere contar todo lo que le pasa, siente y piensa, sin dejar de hacer continuas referencias a su alrededor […]. Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero, novela llena de ingenio, no es sólo una atropellada historia de amor, sino el reflejo de una edad de asombros en la que todo está por hacer».

José María PlazaEl Mundo-La Esfera

«En el proceloso maremágnum de la literatura juvenil, muy aguijoneado por el rendimiento mercantil, no suele ser muy normal toparse con obras que alcancen la obligada altura literaria en todos los sentidos, al tiempo que encierran unos contenidos capaces de responder a la problemática plural de la edad. Riqueza de contenidos, valor literario, sensibilidad, imaginación y buen hacer suelen ser los elementos obligados para una buena literatura juvenil, elementos que se observan en Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero. […] El amor, entre idealista y vital, por una muchacha, la fatalista Sara, y la visión del sexo opuesto transmitidos por un joven de dieciséis años, tímido y callado, constituye el eje de una atractiva historia lineal, convenientemente agilizada por el diálogo, donde la reflexión da su toque de hondura. […] En suma, una novela grata, más densa y reflexiva de lo que parece, y que se lee de un tirón».

Ramón AcínDiario 16

«Cada palabra, cada frase fluye con naturalidad. Es quizás éste uno de los grandes logros de la novela, pues Casariego consigue fundir con maestría la reflexión a veces íntima que lleva aparejada todo discurso amoroso con la acción. La voz de Juan y el eco de su conciencia, por tanto, corren paralelas, sin distorsiones. La lectura se vuelve así ágil, y el lector tiene la impresión de estar realizando un viaje iniciático, sin retorno, por el camino del amor, a cuya conclusión descubre, tal y como dice Sara, la chica de esta historia, que lo que importa es el viaje, no la meta, que lo que cuenta no es el resultado, sino el esfuerzo, el reto, no el fin. Lo que importa no es la vida, sino estar vivos. […]. Como diría el propio Juan, Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero es una estupenda, estupenda, me estoy rayando, estupenda novela».

Emilio CalderónRey Lagarto

«Y a lo largo de un fluido y fresquísimo monólogo […] Juan habla de lo que pasa en clase, del trato con sus amigos, de su hermano o del homenaje a Butragueño. Y no se olvida de Sara, con los ojos brillantes como arañazos del sol en el mar, y de su manera lúcida y personal de ver el mundo».

José María GoicoecheaEl País de la Tentaciones

Primer capítulo

El amor es una estupidez, lo tengo comprobadísimo. Vuelve a la gente medio estúpida y le trastoca el carácter, y a lo mejor le hace más feliz, vale, pero eso no cambia nada, y por descontado que a los que ya son estúpidos no les vuelve inteligentes. Cuando voy por la calle y veo a alguien con una sonrisa bobalicona, pienso, ese tío debe de ser tonto de remate, pero a veces, cuando estoy en plan indulgente, añado para mis adentros: o estar enamorado de remate. Las declaraciones de guerra son aún peores que las declaraciones de amor, de acuerdo, pero eso no quita para que las de amor sean una estupidez. Además, las declaraciones de amor pueden acabar en guerra declarada o sin declarar, como les pasó a los padres de Cortázar. El que haya adivinado que estoy enamorado y se crea muy listo y sagaz elemental querido Watson por eso, seguro que es un fatuo, y si piensa que yo soy un estúpido, encima es un imbécil, porque enamorarse le puede pasar a cualquiera y nadie está a salvo. Yo, sin ir más lejos, me enamoré de Sara sin proponérmelo, empecé a quererla sin querer. Al volver de las vacaciones de verano, delante de los compañeros de clase me inventé una historia. Gobi -que quiere ser gigoló- y Cachito -que quiere ser dentista y forrarse a base de puentes y empastes- se habían burlado de Andrés, porque Andrés nunca había estado con una chica, así que cuando llegó mi turno, me inventé una aventura playera con una extranjera. La historia no era muy original, pero al menos la chica no era sueca, aunque su país empezaba también con S: era de Surinam, y desconozco si os habéis fijado o no, pero una S se parece a una serpiente y eso es una bonita casualidad. Esto causó una enorme expectación (lo de Surinam, claro, no lo de la serpiente). Según mi cuento, la chica tenía los ojos rasgados y la piel ligeramente amarilla, azafranada, pero a la vez muy tostada. Cuando sonó el timbre avisando de que empezaba la clase, me quedé un momento solo, y fue entonces cuando me entró una vergüenza tremenda por no haber ayudado a Andrés cuando se burlaron de él. Al entrar en clase, me fijé en una chica nueva que se había sentado en la primera fila, y pensé que se había sentado allí porque era la única en la que había dos sitios libres. Ella tenía un motivo muy diferente, pero yo aún no lo podía saber. Era Sara, claro. Tenía el pelo rubio. A mí que una chica sea rubia o morena me da igual, y eso no quiere decir que me gusten todas, sino que no tengo nada contra las rubias y tampoco contra las morenas, y me pasé media hora de la clase tomando apuntes, y la otra media hora pendiente de ver el rostro de la nueva.

-Juan -me llamó la atención el profesor de Geografía, que a veces salivaba en exceso y entonces parecía que era un chispito y los de la primera fila macetas de hortensias-. Juan, ¿te ocurre algo?

El profesor de Geografía me conocía del año pasado y yo le caía bien, no sé por qué. El también me caía bien a mí, y supongo que tampoco sabía por qué, aunque a lo mejor era porque yo le caía bien a él.

-No -dije, y me ruboricé, porque soy uno de los tres más tímidos de la clase.

Entonces la chica nueva se volvió y por fin vi su cara. Juro que me sonrió durante medio segundo y que ella también se ruborizó. Claro que a estas alturas de mi vida el que yo jure algo no significa necesariamente que sea verdad. Cuando digo algo, puede ser verdad o mentira. Cuando lo prometo, ya es más posible que sea verdad, y cuando lo juro, es bastante probable que lo sea. Pero seguro del todo, seguro cien por cien y pongo la mano en el fuego y que me caiga un rayo, eso nunca. Una vez le dije a Sara:

-Te lo juro.

Pero ella ya me conocía, y me dijo:

-Vale, pero… ¿Es verdad, o no?

Me quedé más desarmado que Gandhi, y comprendí que uno tiene que reservarse una parcela de credibilidad, porque si no llega un momento en que necesita ser creído y nadie le cree, como en el cuento de Pedro y el lobo, y uno se pone rabioso y en realidad sin razón, porque la culpa es suya. Así que dije:

-A partir de ahora, cuando os jure algo a ti, a mis padres o a mi hermano pequeño, te juro que siempre será verdad.

Pensé que eso tendría que cumplirlo y que me estaba metiendo en un lío, porque a lo mejor alguna vez necesitaba mentir a Sara o a mis padres y ya no iba a poder. A mi hermano pequeño no, a Zac nunca le mentiría, a no ser para decirle cosas buenas y consolarle, decirle, por ejemplo, que el mundo es bueno y que al final los actos malos se pagan y los buenos se recompensan y los villanos encuentran su merecido como en los tebeos del Capitán Trueno y del Jabato. Pero, aparte de pensar que estaba metiéndome en un buen lío, me gustó decir eso, primero, porque en quince segundos me había convertido en un hombre más digno, en un hombre de palabra, y segundo, porque al incluir a Sara en el grupo de mis más íntimos, un grupo en el que ni siquiera había incluido a Polo o a Santi, casi equivalía a decirle que la quería. Ella se dio cuenta de algo de eso, porque me lanzó una sonrisa como de fiera que enseña los dientes y salió corriendo. Bueno, pensar que ésa era la manera en que iba a reaccionar si yo confesaba mis sentimientos me quitó fuerzas para expresarlos durante tres o cuatro meses por lo menos, y es que de ese tipo de fuerzas no andaba muy sobrado. Tengo que hablar todavía de mil cosas más. Por ejemplo, de los hámsters y los cobayas, o de esa rata que estuvimos persiguiendo por la calle de su casa y que ella decía que era un ratón. En realidad, los hámsters no tienen nada que ver con esta historia, y además se han ido muriendo todos, uno tras otro, aunque como los vamos reponiendo seguimos teniendo uno. El cobaya se llamaba Coco, y el día siguiente a que la palmara, mi primo, que es un enano y sólo tiene cuatro años, nos dijo, muy excitado, casi trompicándose:

-¿Y cuando se murió, le visteis cómo subía al cielo?

Dije que sí, y él dijo:

-Todos los muertos son reyes.

Eso fue lo más bonito del día y de la semana, y a mí me pareció que la muerte de Coco quedaba así más justificada, y me quedé con la duda de si esa frase de los muertos y los reyes era de mi primo, o si la había escuchado a alguien mayor, pero no lo sé, porque a veces dice cosas que ya me gustaría decir a mí. Empiezo hablando de Sara y acabo hablando de un cobaya gordo y medio asesino, que lanzaba bocados y no había quien metiera la mano en la jaula, y hacía unas cacas enormes, y Sara es muy orgullosa e igual se ofendería si supiera que tiene que compartir este relato con ese animal tan sucio, pero en realidad la culpa no es mía, ni de nadie, odio a la gente que siempre está buscando una causa o un culpable, como si a veces las cosas no sucedieran porque sí, ya sabía que iba a ocurrirme algo semejante, porque al hablar de Sara me pongo nervioso, pero tendríais que conocerla, aunque desde luego no seré yo el que os la presente, porque hay una cosa que no he dicho a Sara para que no me llame celoso y cobarde y tirano, y es que a veces la encerraría bajo siete llaves y para verla habría que pedirme permiso y yo solamente dejaría que la vieran los feos de campeonato previa petición de cita con foto, y es que me aturullo y lo quiero decir todo de golpe. Antes os he dicho que mi primo es enano, pero eso es mentira. Una vez fui a su casa y él estaba en el suelo jugando, y le saludé así:

-Hola, enano.

Y entonces él miró hacia arriba, con toda su inocencia y sabiduría, y dijo:

-No soy enano, lo que pasa es que sólo tengo cuatro años.

Me estuve riendo media hora seguida. Algún día os contaré lo de las greguerías. De mi primo se pueden aprender muchas cosas, aunque sólo tenga cuatro años y esté impaciente porque le quedan dos meses para cumplir cinco.

Share This