ENTREVISTA

Martín Casariego, autor de ‘Yo fumo para olvidar que tú bebes’.

Por Suso Mourelo. L y más, nº 58, Octubre de 2020.

Desde que se dio a conocer con Qué te voy a contar (Premio Tigre Juan 1989), Martín Casariego (Madrid, 1962) ha sido un fecundo artesano del lenguaje que ha compaginado la novela con la literatura juvenil, el cuento infantil, el guion y el ensayo. En esa trayectoria versátil publicó, en 1996, Mi precio es ninguno, una novela negra protagonizada por Max y Elsa. Y Max y Elsa regresan ahora, en Yo fumo para olvidar que tú bebes (Siruela) en una precuela apasionada, una historia de amor sin tregua que transcurre en los días duros del terrorismo de ETA.

-El terrorismo. Y, también, los días de la Movida. Dos caras diferentes de un tiempo pasado. ¿No tan lejano?

-No, no es tan lejano. Las consecuencias del terrorismo siguen muy vivas, tanto en el ámbito familiar o privado como en el político. Nos afecta mucho a todos, incluso a quienes no lo vivieron. La Movida aparece poco en la novela, pero se refleja la explosión de esa leve anarquía que marcó los años 80. La dictadura cedió el paso a una siempre frágil libertad, que ahora está más limitada e incluso, en algunos aspectos, amenazada.

-Este libro es una precuela de Mi precio es ninguno. ¿Es la vuelta a esos personajes una deuda, una tentación cumplida, un juego literario?

Es todo a la vez. Llevaba muchos años con ganas de retomar a Max y a Elsa, así que en cierto modo fui contrayendo una deuda conmigo, pero no encontraba el momento de lanzarme, se entrometían otras historias. Por fin, me atreví… Y he disfrutado mucho. Al concebirlo como una serie he tenido que ajustar algunas cosas en una trama que crecía por su cuenta, y, eso sí, me ha divertido tanto como si se tratara de un juego.

-En aquel libro experimentaste con la novela negra. ¿Este podemos definirlo como una historia de amor?

-Sin duda es una historia de amor, y por eso quise empezar cuando Max ve por primera vez a Elsa, en Madrid, y no en el País Vasco, donde es guardaespaldas, pero es también una novela negra, en la que hay a la vez dureza y humor. . Las novelas de Max Lomas no son policiacas, no hay un misterio, una investigación, deducciones inteligentes, sino que más bien van pasando cosas que cargan la atmósfera, como pinceladas que se entrelazan hasta formar un cuadro. En ese sentido, de forma consciente, son herederas de Chandler, de Hammet, de Macdonald, con el tipo duro, los bajos fondos, la chica despampanante, la ineludible maldad… pero con un humor aún más presente y un cierto tono paródico en la construcción de los personajes.

-En el libro aparecen palabras y pensamientos de gente como Aristófanes, Jean Cocteau, San Agustín, Baltasar Gracián… ¿Es un homenaje o una forma de aprovechar la sabiduría?

-Es una forma de aprovecharme de la sabiduría de otros y, al ser explícita, también es un homenaje. Un intento de hacer más rica la lectura tratando de no ser pedante. De alguna manera, está dicho todo, como se expresa ya en la Biblia: no hay nada nuevo bajo el sol. Lo fascinante es que, siendo siempre lo mismo, aparecen nuevas miradas, con las que el mundo se va renovando con una infatigable frescura. Si uno escribe es porque mantiene esa ilusión, no la de descubrir América, pero sí la de aportar una mirada diferente, reconocible, personal.

-Dices que todos los idiomas pueden ser poéticos y en esta novela juegas con el lenguaje.

-Sí, todos los idiomas son hermosos, son un mecanismo perfecto en sí mismos. Pero el nacionalismo acaba hasta con el lenguaje, y así, los etarras han hecho conocidas palabras propias del ámbito de la violencia y la humillación como zulo o txakurra, dentro de un idioma tan bello como otro cualquiera. Las palabras son misteriosas, no siempre significan exactamente lo mismo para todos, y además, cambian según cómo se relacionan entre ellas, según cuáles las rodean. Me gustan mucho unos versos de mi hermano Pedro: “Nuestras palabras nos impiden hablar / Parecía imposible / Nuestras propias palabras”. Y esa es la lucha del escritor, encontrar las palabras justas.

-Parte de tu obra se dirige a jóvenes lectores y a niños. ¿Qué te hace escribir un tipo de historia en cada momento?

-Siempre he escrito enamorado de la escritura, independientemente de que estuviera escribiendo un cuento para niños, una novela juvenil o una de adultos… Lo que me gusta de escribir es justo eso, el hecho de escribir, el tiempo que dedico a crear una historia, unos personajes, unas frases, yo solo, sin testigos, esforzándome por hacerlo lo mejor posible… Al publicar me entra una especie de vergüenza, de pudor, porque eso tan íntimo lo ofreces, lo expones, y surgen entonces las inseguridades… Sin duda, es muy contradictorio, y después de treinta años, la conclusión que saco es que escribir sólo vale la pena si disfrutas mientras lo haces y, por lo tanto, la historia que tienes que escribir es la que te apetezca. En lenguaje de los años 80, la que te pida el cuerpo.

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