ENTREVISTA

Entrevista con el autor de ‘La jauría y la niebla’.

Por González Álvaro / Rubén Sáez, web de Ámbito Cultural.

Martín Casariego (Madrid, 1962) es autor, entre otros libros, de Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero; La hija del coronel (Premio Ateneo de Sevilla 1997); La primavera corta, el largo invierno; Nieve al sol o Por el camino de Ulectra (Premio Anaya de Novela Infantil y Juvenil 2007).

Novelista, guionista, autor de relatos y de cuentos infantiles y juveniles, Martín Casariego es, sin lugar a dudas, una de las voces más interesantes de nuestra literatura. Galardonada con el II Premio Logroño de Novela, nos llega ahora su nueva novela, La jauría y la niebla, una obra dramática en la que el escritor madrileño aborda uno de los problemas más acuciantes de la sociedad actual: el acoso escolar. Con un ritmo trepidante y una hábil estructura narrativa, Martín Casariego nos sumerge en la vida de tres complejos personajes: Leandro, un niño de siete años que va descubriendo, poco a poco, cómo su infancia va quedando atrás; su hermano Ander, un adolescente al que acosan sus compañeros de colegio; e Ignacio Mayor, un escritor sexagenario. Ambientada en el País Vasco, La jauría y la niebla transcurre en un solo día que cambiará para siempre la vida de sus protagonistas.

ÁMBITO CULTURAL: La jauría y la niebla es una novela que protagonizan tres personajes muy diferentes entre sí. ¿Por qué eligió esta triple perspectiva? ¿Qué es lo que aporta a la historia cada uno de los personajes?

MARTÍN CASARIEGO: La historia principal es la del acoso escolar, pero me interesaba también indagar en sus terribles consecuencias no sólo sobre quien lo sufre directamente, sino sobre quienes le rodean. Y aquí, el lector debe imaginar el futuro de Leandro, y el pasado del escritor, Ignacio Mayor, y del hijo que tuvo. Por otra parte, la historia de Ander habla de la pérdida de la inocencia, del principio del fin de la infancia, y la figura de Ignacio Mayor me permite tocar otros asuntos: la muerte, la felicidad, el bien y el mal, la creación artística, el amor, el sentimiento de culpa, la necesidad de recuperar las ganas de vivir… Desde hacía tiempo me apetecía abordar el tema de las tres edades, común en el Arte, reflejar cómo nos cambia el tiempo, pero hasta ahora no me había sentido capaz.

AC: Estamos ante una novela ciertamente dramática que se acerca a un tema muy polémico, el del acoso escolar. Sin embargo, en seguida se advierte que la perspectiva escogida se aleja del sentimentalismo fácil…

MC: La vida es a veces muy dura, y si quieres hablar de eso, ¿para qué edulcorarlo? ¿Para qué traicionar el espíritu de una novela? He huido del sentimentalismo, sí, pero no de los sentimientos -de hecho, creo que en la literatura y en la vida lo más importante son las emociones-, y no he querido recrearme en lo morboso.

AC: La situación de Ander en el instituto es verdaderamente difícil. Sus compañeros abusan de él, le roban, le pegan, le extorsionan… pero quizás lo peor sea que él desconoce la razón de ese horrible trato, si es que existe alguna. ¿Cree que el acoso escolar es un fenómeno creciente o que, simplemente, ahora somos más conscientes de él?

MC: Sí, el no saber por qué le está ocurriendo eso aumenta la tortura. Si encontramos una razón a nuestros sufrimientos, es más fácil soportarlos. A menudo el acoso escolar, además de cruel, es aleatorio: le puede tocar a cualquiera, sin que haya una razón -por estúpida e injusta que sea- que lo explique. Yo creo que siempre ha existido, y el que desde hace unos años los medios le concedan más importancia es bueno. Quizá ahora, con los móviles e Internet, se puede agravar. A veces somos capaces de llevar el dolor a cuestas, pero el que la humillación se haga pública puede ser la gota que colme el vaso.

AC: La jauría y la niebla está ambientada en Euskadi. La indefensión que siente Ander, su falta de libertad o su angustia, ¿son una metáfora de lo que ocurre a veces allí?

MC: Sí. El acoso escolar se da igual en Madrid o en Japón, pero en el País Vasco la mitad de la población tiene dos opciones: callar o vivir acosados. Pensé que al situarlo allí reforzaba la historia, el aislamiento, la injusticia, el dolor que padece Ander. Y con el acoso escolar ocurre como con la violencia política en el País Vasco: es más cómodo callar, no meterse en líos, mirar a otro lado, pasar desapercibido… A menudo hay gente que no es mala, sino simplemente cobarde. En la novela, la tutora, cuando presiente que Ander va por fin a hablar, se echa atrás… Eso es algo poco admirable, pero muy comprensible.

AC: La acción de la novela transcurre en un solo día en el que los tres personajes principales se entrecruzan en algún momento. De esta manera, a veces nos encontramos con la misma escena, narrada desde el punto de vista de uno u otro personaje. ¿Fue complicado el proceso de escritura de La jauría y la niebla ?

MC: Esa dificultad es una de las cosas que me ha hecho apasionante su escritura, porque ha sido como encajar muchas piezas -muchas cosas de las que quería hablar- para formar un puzzle. Para unir más las tres historias recurrí a esos tres encuentros dos a dos, contándolos desde cada punto de vista. También fui añadiendo –si no estaban desde el principio-–más vasos comunicantes. Por ejemplo, la historia de Ander gira en torno a los Reyes Magos, y el escritor tiene que entregar un artículo sobre ese tema…

AC: En la novela aparece una figura a la que el narrador se refiere como el «vigilante lingüístico», que insta a Leandro a hablar siempre en euskera y que incluso llega a amenazarle si no lo hace. La pregunta es casi obligada: ¿qué opinión le merecen las políticas lingüísticas en Euskadi?

MC: La amenaza es muy sutil, el monitor del ayuntamiento -un tipo joven y bastante simpático- le dice a Leandro que le pregunte a sus padres si quieren que a él le marginen en los recreos… por desgracia, esa figura no me la he inventado yo, existe en algunos ayuntamientos. Mientras, en un examen, uno de los textos que puede comentar Ander dice que «Nada hay más peligroso que tratar de cortar el maternal cordón que une a un hombre con su lengua». Esta frase, sacada de un libro de texto del País Vasco, ilustra una primera paradoja: parece decir literalmente lo contrario de lo que allí se aplica. Pero se entiende si tenemos en cuenta que en la visión nacionalista la lengua materna no es la de los padres del individuo, sino la de la madre patria. Una segunda paradoja de este asunto es muy reveladora: cuando los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos se reúnen, hablan en castellano.

AC: Ignacio Mayor es un personaje introspectivo y escéptico. En un momento concreto, se pregunta si realmente sirve de algo que un libro tenga «una faceta moralizante, pedagógica, preventiva». Nos gustaría trasladarle la misma pregunta. ¿Qué piensa Martin Casariego de esa real o hipotética cualidad pedagógica de los libros?

MC: Creo que la educación es fundamental para mantener a raya nuestra parte más egoísta y bestial, pero no es garantía de nada. Sobran ejemplos de personas -o de sociedades enteras- educadas que han cometido los más horribles crímenes. Pero el que no sea una garantía no quiere decir que no sea útil en muchos casos. Sin educación, sin libros, el mundo sería peor.

AC: En otra parte de la novela, Ignacio Mayor se refiere a la memoria como «una gran falsificadora». ¿Comparte esa opinión? ¿Falsificamos o dulcificamos nuestros recuerdos para tener una vida más llevadera?

MC: La memoria es algo muy curioso. En lo colectivo se apoya más en el mito que en la ciencia. Y en lo personal, sin ella no somos nada, porque somos nuestro pasado, pero lo que recordamos no siempre es real. Olvidar lo malo, el dolor, es un mecanismo de defensa.

AC: Es autor de una obra muy extensa que comprende libros de cuentos, novelas, ensayos e incluso libros juveniles como Por el camino de Ulectra y guiones de películas como Amo tu cama rica o La Fuente amarilla . No debe ser fácil cambiar tanto de registro y dirigirse a públicos tan diferentes…

MC: ¿Qué es el público? El público no existe, así, en singular. Suetonio cuenta que Calígula, encolerizado con los espectadores que aplaudían la victoria en el circo de la cuadriga rival, exclamó que ojalá el pueblo romano tuviera una sola cabeza. Eso es lo bueno: el público no tiene una sola cabeza, ni para cortársela ni para darle gusto. En realidad, yo siempre me dirijo a mí mismo, con el deseo, eso sí, de gustar a otros.

AC: ¿Hay algún género en concreto con el que se sienta más cómodo?

MC: La novela. Me considero novelista, antes que cuentista o guionista.

AC: ¿Cree que su experiencia como guionista le ha influido de alguna manera en sus novelas?

MC: No. El cine sí, afortunadamente, pero escribir guiones, no creo. La escritura de la novela es más rica, más profunda, más libre, la del guión es más encorsetada, más limitada. Eso no quiere decir que escribir un buen guión sea tarea fácil.

AC: Sabemos que durante un tiempo ha conjugado su faceta literaria con la actividad docente en la escuela de literatura Hotel Kafka . Dada su experiencia, ¿piensa que se puede enseñar a escribir?

MC: Creo que se puede ayudar a limar algunas cosas, pero el verdadero aprendizaje es interno, se produce leyendo y escribiendo en soledad. Desde fuera se puede corregir un poco un rumbo, pero nada más. La literatura sale de dentro, y allí no se puede meter nadie.

AC: ¿Está preparando ya algún nuevo proyecto?

MC: Llevo muchos años pensando en continuar mi primera novela, Qué te voy a contar . Parece lo más fácil, retomar una vieja historia, pero para mí es lo más difícil, porque en cierto modo es enfrentarme a mí mismo, con veinte años más. Y la duda de si he mejorado o no como escritor, descubrir qué he podido ganar y perder, es muy desazonadora…

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